Mi exigencia por ser la mejor, me ha hecho vivir a medias
Desde pequeñas nos enseñan que ser exitosas significa darlo todo, ser impecables y destacar en todo lo que hacemos. Nos premian por las buenas calificaciones, nos aplauden cuando logramos lo que nos proponemos y nos hacen creer que la perfección es el único camino válido.
Sin darnos cuenta, crecemos con la idea de que ser «suficiente» no es suficiente y que el único resultado aceptable es ser la mejor.
El peso de la autoexigencia
Ser una mujer exigente por supuesto que tiene su lado positivo. Nos impulsa a mejorar, a fijarnos metas ambiciosas y a superarnos constantemente. Pero, ¿qué pasa cuando esa autoexigencia se vuelve una jaula?
Cuando nunca nos sentimos realmente satisfechas porque siempre hay algo más por alcanzar. Nos presionamos hasta el límite, nos juzgamos sin piedad y, sin darnos cuenta, nos privamos del placer de simplemente ser y disfrutar.
En mi caso, esta obsesión por ser la mejor me llevó a vivir a medias. No solo porque me perdía momentos valiosos, sino porque el miedo a no ser suficiente me ha hecho abandonar cosas que realmente he querido hacer. Es por ello que te digo que mi exigencia por ser la mejor, me ha hecho vivir a medias.
He empezado con entusiasmo por ejemplo, nuevos estudios y formaciones —yoga, meditación, health coach, marketing digital, network marketing, entre otros— o comenzado con proyectos de negocio nuevos, pero el temor a no sentirme lo suficientemente preparada o perfecta me ha detenido. Y esto ha significado no terminar certificaciones, no aplicar lo aprendido, no atreverme a compartir, enseñar o guiar a otros, soltar proyectos y retomarlos después pero sintiéndome ya rezagada, dejar de lado esos negocios que he querido hacer. Me ha paralizado la idea de no estar a la altura y, en ese afán por evitar el fracaso, me quedo a medio camino una y otra vez.
¿Para quién queremos ser «las mejores»?
Es importante cuestionarnos: ¿para quién estamos tratando de ser las mejores? ¿Para nosotras mismas o para cumplir con las expectativas de los demás? Muchas veces, la autoexigencia no nace de un deseo genuino, sino de la necesidad de validación externa. Queremos reconocimiento, queremos que nos vean como exitosas, queremos que nos valoren. Pero, ¿qué pasa cuando nosotras mismas no nos damos ese reconocimiento?
Es ahí cuando la exigencia deja de ser una aliada y se convierte en una enemiga silenciosa, que nos aleja de la paz interior y de la capacidad de disfrutar el presente.
El arte de vivir sin miedo a no ser «la mejor»
Aprender a soltar la necesidad de ser la mejor no significa conformarse, sino entender que nuestro valor no depende de nuestros logros. Significa abrazar nuestros procesos, celebrar nuestros avances y, sobre todo, permitirnos disfrutar sin culpa.
Algunas ideas para empezar a equilibrar la autoexigencia con el disfrute de la vida:
- Aprender a celebrar el «ser» y no solo el «hacer». No todo en la vida se mide en éxitos y resultados.
- Darnos permiso de descansar sin culpa. El descanso no es sinónimo de flojera, es parte del autocuidado.
- Disfrutar el proceso, no solo la meta. Si solo vivimos para alcanzar el siguiente objetivo, nos perdemos la magia del camino.
- Aprender a valorarnos más allá de los logros. Nuestra esencia vale más que cualquier lista de éxitos.
Rompiendo el ciclo
Si te has sentido atrapada en la necesidad de ser siempre «la mejor», quiero recordarte algo: estás a tiempo de cambiar la narrativa. No necesitas demostrarle nada a nadie. Tampoco necesitas que esta frase «Mi exigencia por ser la mejor, me hizo vivir a medias» refleje tu vida. No necesitas alcanzar la perfección para ser valiosa. La vida está pasando ahora mismo y mereces vivirla plenamente, sin la carga de una autoexigencia desmedida.
Déjate ser. Equivócate. Ríe. Descansa. Disfruta. Que la vida no se trata de llegar a la cima perfecta, sino de construir un camino que realmente amemos recorrer.
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