Ari en el mundo

Viví en un Ashram en Nueva York: Una montaña rusa de transformación

Cuando piensas en Nueva York, seguramente imaginas rascacielos, luces brillantes y un ritmo frenético. Pero, a unas horas del centro se encuentra un ashram, el Sivananda Yoga Ranch.

Yo viví ahí algunas semanas y puedo decirte que fue una experiencia que me llevó a explorar los extremos de la calma y el caos exterior e interior. Fue como si estuviera en una montaña rusa emocional y espiritual por todo lo que había dentro de mí, lo que experimenté a través de la convivencia diaria con las personas que estaban ahí y por todo el trabajo personal que removió mucho en mí.

¿Cómo surgió la idea de ir al ashram?

Hace un año, al crear mi vision board, escribí un deseo muy claro: hacer un voluntariado. No sabía dónde, con quién, cómo ni cuándo, pero tenía la certeza de que quería vivir esa experiencia. Y, como muchas veces sucede cuando lanzamos un deseo al universo, éste encuentra la forma de que suceda, o al menos eso creo yo.

La práctica de yoga, como sabes es parte de mi vida, y durante la pandemia, comencé a seguir a Satyabhama y Satyadev, creadores de Satyarupa, una comunidad que comparte la filosofía del yoga. Un día, en uno de sus boletines, anunciaron la apertura de aplicaciones para hacer karma yoga en el Sivananda Yoga Ranch, un ashram en Nueva York que ellos administrarían por unos meses. En cuanto leí la noticia, supe que esta era la experiencia que había estado buscando.

¿Qué es el Karma Yoga y por qué elegí hacerlo?

El karma yoga es la práctica de servicio desinteresado, un voluntariado basado en acciones llenas de amor y bondad sin esperar nada a cambio. La propuesta consistía en vivir al menos un mes en el ashram, contribuir con alrededor de cuatro horas diarias de servicio y participar activamente en sus actividades.

Para mí, esto representaba una combinación perfecta: un voluntariado significativo, la oportunidad de profundizar en mi sadhana (práctica espiritual), practicar mi inglés, rodearme de naturaleza y conocer personas con intereses afines. Con estos beneficios en mente, envié mi solicitud sin saber exactamente lo que me esperaba.

Tras una entrevista, recibí la confirmación: mi solicitud fue aceptada. Como ya tenía programados otros viajes (el viaje de chicas y el viaje a la India), decidí ir al ashram durante agosto y septiembre, justo después de mi regreso de la India.

Mi llegada al Ashram: Entre Expectativas y Realidad

Aterrizé en el ashram aún con la energía de la India en mi corazón, emocionada por la experiencia que estaba a punto de vivir. En mi mente, imaginaba encontrarme con un grupo de personas casi iluminadas, con vidas resueltas y en un estado constante de paz y plenitud. Sin embargo, la realidad fue muy diferente, pues me encontré simplemente con seres humanos, tal como yo.

Desde el primer día, me di cuenta de que el ashram no era un lugar de seres en estado de samadhi permanente. Era un espacio lleno de personas con historias, desafíos y conflictos internos. Esto fue lo más desafiante para mí: lidiar con la parte humana de la experiencia, con las dinámicas interpersonales y los retos emocionales que surgen en un entorno tan íntimo y estructurado. Sobre todo, porque venía de una experiencia en la India donde las relaciones humanas, la convivencia, los lazos que se formaron era de lo mejor de esa experiencia. 

La rutina en el Ashram: Disciplina y Transformación

Mi día en el ashram comenzaba temprano. A las 6 de la mañana teníamos Satsang, donde meditábamos en silencio alrededor de media hora, cantábamos mantras, nos compartían reflexiones y enseñanzas.

Durante unas semanas fui la encargada de tocar la campana para iniciar el día, lo que significaba que debía levantarme antes de las 5:30 a.m. para asegurarme de estar lista. Dormía en una carpa en medio de los árboles junto a las carpas de otros karma yoguis, con un baño compartido, todo rodeados de la mágica naturaleza. Retador, sí. Interesante, también. Y si tocaba algún día con frío o lluvia, ni te cuento.

Algunos días, en lugar de satsang, teníamos caminatas de meditación, lo que se convirtió en uno de mis momentos favoritos. Sentir la naturaleza, ver el sol ascendiendo, caminar en absoluta calma y devoción era un deleite para el alma.

Mis tareas de karma yoga fueron casi todos los días trabajar en recepción, algunos otros me tocó ayudar en housekeeping, además de colaborar en la limpieza de platos y cocina ocasionalmente. Teníamos dos comidas al día espectaculares: almuerzo y cena, una alimentación vegetariana con ingredientes orgánicos y naturales, un deleite al paladar. Además diariamente había clases de yoga y talleres que dependían del programa en curso, y cerrábamos el día con otro Satsang, o en algunas ocasiones con una fogata y kirtan, otro de mis momentos favoritos.

La rutina podía parecer monótona, pero cada día traía nuevos aprendizajes y desafíos. Lo que inicialmente sentía como repetitivo, con el tiempo se convirtió en una práctica de disciplina, constancia y presencia.

La montaña rusa emocional: Del día 1 a la transformación

Mi experiencia en el ashram pasó por varias fases:

  1. Shock inicial: Los primeros días me preguntaba: «¿Qué estoy haciendo aquí?» Veía personas agotadas física y mentalmente, y percibía una energía no tan positiva en algunos. La armonía que buscaba, sentía que no estaba ahí.
  2. Adaptación y disfrute: Poco a poco, me enfoqué en disfrutar mi propia dinámica, encontrar lo mejor en cada momento y crear vínculos con personas afines. Encontrar lo mejor en cada momento, lugar y persona; conviví con personas que aligeraron y alegraron todo. 
  3. Plenitud y conexión profunda: En las últimas semanas, a pesar de que algunas personas cercanas se fueron y pensé que me quedaría “sola”, curiosamente ahí vino un momento de mayor transformación y conexión interna. La convivencia con quienes se quedaron y llegaron fue mágica, la práctica de yoga, los satsangs y el karma yoga habían creado en mí una sensación de paz y gozo auténticos.

Y como después de mi experiencia leí, quien va a un ashram debe saber estas 3 cosas:

  • Te va a retar, te incomodará, te desordenará la mente y al final todo se asentará y volverás.
  • Al principio no vas a entenderlo, al final tal vez tampoco entiendas todo, pero así como en la vida, uno abraza lo que más le nutra. 
  • Conocerás a personas reales, conectarás como nunca en la vida, porque hay menos máscaras y un intento más sincero por manifestar la bondad.

Y así fue. Lo que comenzó como una incertidumbre terminó siendo una experiencia muy poderosa en mi vida.

¿Volvería?

Definitivamente, sí. De hecho, este año nuevamente se abrió la convocatoria para el programa de karma yoga y estoy considerando volver. Porque aunque no fue lo que imaginaba, sé que fue exactamente lo que necesitaba.

Si alguna vez has sentido el llamado de hacer un voluntariado, profundizar en tu práctica de yoga o simplemente vivir una experiencia de servicio desinteresado, te animo a considerar hacer karma yoga en Sivananda Yoga Ranch.

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